Su mirada clavada en el lejano horizonte, sus revueltos pensamientos enganchandose uno a uno como eslabones de una cadena que fue forjandose con el paso del tiempo y las mentiras. Él, repetía palabras de amor, palabras que ya no surtían el mismo efecto de antes, pero que de alguna forma conservaban su escencia amorosa, de cariño: ...pero eso no significa que haya dejado de amarte. Sólo necesito un poco de tiempo. Por favor, no pienses que me voy, ni que ya no me interesas.- dijo él sin dejar de sostener sus manos.
Un golpe seco, el estruendo de las cadenas aprisionando el alma; la última de las mentiras. Y el fin.
No te preocupes, cariño... Aún si me dices que te vas de pesca al mar muerto voy a creerte.- respondió ella, sonriente, pero con la rabia escurriéndole en el corazón.
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