El cielo estaba más limpio que de costumbre, y con eso me refiero a que estaba despejado de nubes y aviones; era azul profundo y lleno de luz. Si se fijaba la mirada sobre algún pedacito de cielo, venían de inmediato los mareos y unas manchitas como amebas parecían flotar sobre la retina de los ojos, cuando intentaba enfocar sobre ellas, se movían como gelatinas temblorosas... Es tu miopía. Me dijo con su acostumbrada voz que parece le da sentido a todo. -Deberías revisarte esos ojos.
Aterricé la mirada, ella estaba recostada a mi lado hojeando una revista mensual que compraba religiosamente, las briznas se movían en slow motion a su alrededor, fantaseaba con no sé qué actor de nombre impronunciable.
¿Cómo crees que se vea cuando no puedes ver? Le pregunté.
Descanzó la revista sobre su pecho y me miró con ese aire de socióloga sabelotodo que tán bien le va. Imaginé que las fotografías de aquél actor que no era yo besaban su pecho, entonces me vino una emoción incontenible, fue inevitable que flexionara las rodillas. Me imagino que se ve como cuando cierras los ojos en los días soleados; pueden verse siluetas negras en un campo rojo brillante.
Como el infierno- pensé.
Nos miramos, se puso en marcha la increíble máquina de destrucción. Acerqué mis labios a su piel. Besé sus mejillas, me correspondió con una caricia. Abandonó la revista y yo fijé mis ojos cansados sobre los suyos, alertas, salvajes, eran los ojos de un depredador. -No cierres los ojos, cariño. Creo que podemos ver el infierno cuando lo hacemos. Me susurró.
No hicimos caso, nos besamos con los ojos cerrados.
Aterricé la mirada, ella estaba recostada a mi lado hojeando una revista mensual que compraba religiosamente, las briznas se movían en slow motion a su alrededor, fantaseaba con no sé qué actor de nombre impronunciable.
¿Cómo crees que se vea cuando no puedes ver? Le pregunté.
Descanzó la revista sobre su pecho y me miró con ese aire de socióloga sabelotodo que tán bien le va. Imaginé que las fotografías de aquél actor que no era yo besaban su pecho, entonces me vino una emoción incontenible, fue inevitable que flexionara las rodillas. Me imagino que se ve como cuando cierras los ojos en los días soleados; pueden verse siluetas negras en un campo rojo brillante.
Como el infierno- pensé.
Nos miramos, se puso en marcha la increíble máquina de destrucción. Acerqué mis labios a su piel. Besé sus mejillas, me correspondió con una caricia. Abandonó la revista y yo fijé mis ojos cansados sobre los suyos, alertas, salvajes, eran los ojos de un depredador. -No cierres los ojos, cariño. Creo que podemos ver el infierno cuando lo hacemos. Me susurró.
No hicimos caso, nos besamos con los ojos cerrados.
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