Caminamos tomados de la mano en busca de la salida, con paso lento para no hacer ruido y así poder escuchar el dolor que ya es imponente, alcanzamos a rasguñar con la mirada la silueta de los objetos a través del polvo y con cada paso una voz calla en la penúmbra. La resignación de un mundo y una vida diferente nos llega como un torbellino helado pero no afecta a nuestro instinto de supervivencia. Los muros caen y el suelo tiembla, el rugir de otra explosión nos provoca el más triste de los lamentos.
Pero avanzamos, la salida está a unos metros, no falta mucho. Atravesando el umbral estaremos a salvo...
¡Dios mío, nos hemos equivocado! Afuera no hay futuro... No debimos haber salido del edificio.
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