Cloto se quejó amargamente por su eterno trabajo, incluso llegó a preguntarse si acaso a ella alguén más le habría entregado un hilo antes de existir, y si éste sería de lana o una simple hebra de cáñamo. Luego miró la larga fila de fantásmas que esperaban por una oportunidad de vida y con el mismo entusiasmo de un burócrata clasemediero, se tumbó en su amplio sillón, tomó su rueca y despachó hilos de todos los colores, texturas y materiales a aquellas almas, que como ella, eventualmente se sentirían insatisfechas con su hilo de vida.
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