Sobre olas de mar bamboleantes como nubes suaves de algodón, bajo un cielo naranja y despejado, sólo recibiendo el guiño de un ojo brillante en el horizonte, navego sobre una corriente cálida. Voy escuchando a lo lejos los cantos de las ballenas y me dejo guiar por su voz hacia lo desconocido para mí.
Al llegar a mar abierto, una sensación de paz me rodea, una brisa refrescante me humecta la piel, me moja los cabellos y me nubla la vista; son lágrimas de todos ellos y de todas ellas, su dolor es alimento para mí. ¡Estoy tan tranquilo!, se está tan bien aquí: donde no hay ruido, donde no hay dolor, donde no hay amor ni odio, donde ésta reconfortante insensibilidad me deja escuchar los latidos de mi propio corazón...
No me preocupo demasiado, a pesar de navegar en un frágil barquito de papel.
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