Fuí arrojando veneno por la vereda, los matorrales murieron tan pronto probaron el falso elíxir. Mi orgullo por encima de los montes miraba más lejos que los halcones sobre la negrura del universo: inalcanzable, valiente y profundamente horrible. Hasta que la desesperanza se adueñó de mi voluntad haciendo que sus fatídicas secuelas me llevaran a derruir el imperio que su antónima había construido en el aire, y lo peor de todo es que cedí a sus encantos; todavía escucho sus lamentos prolongados y dolorosos, comienzo a pensar que a pesar de haber sido sepultada viva, Esperanza nunca va a callarse.
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