El cielo se tornó opaco debido al gran número de naves que volaban bajo inspeccionando la zona; eran cientos de helicópteros, en sus flancos podían verse aquellas horrorosas pintas que simbolizaban la esclavitud del pueblo libre; las manos encadenadas.
Todos asomábamos la mirada por la ventana, atentos e indecisos. La voz de mando del sargento nos ordenó apartarnos y largárnos lo antes posible de ese lugar. Tomé mi mochila apenas alcanzando a ajustar las correas y salí trás ellos, escabulléndonos entre troncos quemados, cenizas, huesos y sangre putrefacta. El calor del suelo evaporaba esos aromas volviéndolos más densos, y entre todo ese cúmulo de deshechos alcancé a observar la bandera de nuestra nación hecha jirones, completamente desgarrada. Se me ocurrió pensar en el simbolismo de nuestra derrota...
Llegámos hasta los linderos de una colonia extensa de matorrales, atravesamos sus espinosas defensas, nos internamos en ese bosque de agujas y no pudimos evitar volver la vista esperando encontrar menos desgarrador nuestro incierto destino, nuestra tienda se alzaba derruída y sobre ella caían los apuntadores láser de los helicópteros. Uno de ellos comenzaba a descender, a través del parabrisas alcanzamos a observar su asqueroso rostro: esos rostros inconfundibles, el rostro de los gusanos. Entonces dimos la vuelta e intentamos escapar. Que eso quede muy claro, lo intentamos.
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