Los primeros rayos de sol invadieron nuestra tienda, se filtraron por los resquicios de las ventanas plásticas, serpenteando por las paredes y el suelo como una pequeña mancha de luz que al avanzar dejaba ver una ligera lluvia de polvo a traves de su luminosidad. Afuera el murmullo de cientos de hélices comenzaban a escucharse a lo lejos, era un sonido apagado, grave; como el de miles de tambores de guerra que avanzaban lentamente por el cielo. Al despertar, instintivamente tomámos nuestras escopetas y salimos al frente de batalla para recibir órdenes de nuestro capitán, pero nos encontramos con un campamento vacío a nuestro al rededor, las otras tiendas estaban calcinadas, los cuerpos desollados de nuestros camaradas yacían amontonados bajo un árbol sin hojas, el panorama era triste, desalentador.
Volvimos a entrar a nuestra tienda para tomar un poco de aire y organizar el escape. Pero no habíamos reparado en una pregunta fundamental: ¿Por qué nosotros no?, a pesar de que las imágenes rondaban por mi mente preferí no alzar la voz, sabía que aquella pregunta también se la hacían ellos mismos. Pero no ibamos a perder el tiempo con preguntas que yo no iba a responder.
Tomamos lo más elemental, unas latas de comida, agua y nuestras municiones. Ese murmullo de hélices ya estaban casi sobre nuestras cabezas ahora como la más terrible de las sinfonías.
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