Mis pasos lentos por el desierto me llevan a lo más profundo de los extensos terrenos arenosos donde el sol ha desenvainado una espada de luz sobre mi cabeza. Detrás de las rocas, sobre la arena, en el aire caliente, por las espinozas zarzas, en mis pies, en mis manos, en mi alma, un ser deambula acechando constantemente. Sus enormes mandibulas se abren y se cierran con la fuerza de varios gigantes de antaño; pisandolo todo, desgarrandolo todo, desangrandolo todo. El monstruo toma forma de ventisca, primero soplando un viento que hace llorar a los matorrales, después como un tornado que ruge con la potencia de un dragón que eventualmente va a destruir todo imperio.
Me quedo petríficado por la desesperanza, sentado sin animos sobre la arena movediza una tristeza profunda se apodera de mí. Los caminos me han conducido siempre al mismo lugar, o es que el monstruo es omnipresente y siempre estará a donde vaya, de sus pasos nunca voy a escapar. Son engaños solamente; campos deserticos inexistentes, martirios palpables y mordeduras irremediables... Me lamento al saber que camino siempre en la boca del monstruo.
El tiempo me está devorando constantemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario