El irreconocible silencio matinal me despierta alarmado, sobre mi rostro la luz del nuevo día, el viento repelido por el cristal de mi ventana, el rocío cayendo a cuentagotas sobre las hierbas malsanas que crecen afuera. Pero nada del ruido propio del despuntar del día, nada del trinar de las aves, de la música estrepitosa, de las voces que a gritos se apresuran para huír de casa. Afuera hay una quietud indescriptible; nada, ni hombres ni máquinas, ni animales, ni insectos, ni fantásmas, nada... Me asusto, el corazón resuena como un laúd en toda la recámara, el eco rebota, perfora mis oídos, el sonido se puede ver, sus colores opacos parecen de humo. Siento miedo, nada se parece a como era ayer, el tiempo acelera y el espacio se contrae. Me sofoco, me duermo. La gente duerme-pienso-siguen durmiendo. No van a despertar.
El ruido se desvance con el humo y se desliza por debajo del umbral de la puerta. Lo alcanzo a ver un último segundo. Los párpados pesan, el corazón se detiene...
Despierto en donde la gente nunca duerme.
El ruido se desvance con el humo y se desliza por debajo del umbral de la puerta. Lo alcanzo a ver un último segundo. Los párpados pesan, el corazón se detiene...
Despierto en donde la gente nunca duerme.
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