Ensangrentados, cansados y hambrientos, nos detuvimos a orillas de una vieja vereda. El crepúsculo nos dejaba mirar la luna en el horizonte, bajo ella una ciudad perdida. Ellos, combatientes de guerra decidieron continuar el camino. Yo me tomé mi tiempo y decidí descansar un poco más cuando escuché su voz diciendo cosas tan dulces.... Dijo que mi salvación ya estaba pagada, y en paracíadas abiertos, los ángeles bajaron para llevarse mi alma.
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