Diez de la mañana con veintiocho minutos, a dos del campanazo que da por terminado el recreo y Jonás ha llegado (por fin, después de un curioso y eterno andar) al expendio de paletas heladas de su escuela. Sin embargo, una amenaza se cierne sobre su horizonte, o mejor dicho, a unos pasos de él.
Mateo.- ¿Por qué la prisa, Jonás? jaja!
Jonás.- Idiota...
Mateo.- Poncho encontró un pájaro muerto en el patio de juegos, ¿Quieres ver?
Jonás.- No.
Mateo.-Lo pican con una vara, le sale el aire y se escucha como si soplara. ¡Huele que da asco!
Jonás, Qué divertido... ¿Me das permiso?
Un minuto, y el expendio se ve invadido por hordas de niños que buscan refrescarse a última hora.
Mateo.- Sí, pero van a subirlo al salón, lo echarán en el bolso de la maestra. jaja! ¿Te imaginas su cara cuando lo vea? Será lo más que hemos hecho en toda nuestra vida.
Jonás.- Y no me sorprende que vaya a ser lo único... ¡Dios, si no alcanzo una paleta se acaba el mundo!
Treinta segundos y Jonás observa desilusionado que la heladera está casi vacía, sólo quedan dos paletas de indecifrable sabor.
Jonás.- ¡Perfecto, Mateo, me has hecho perder el tiempo con tus tonterías! Vamos por ese maldito pájaro y más te vale que todo resulte tal y como me lo has contado que si no, voy a picarte con una vara hasta sacarte los intestinos y luego a echarte en pedacitos en el ropero de tu madre para ver la cara que pone cuando vea tu cabeza sonriénte y sangrante colgada en un gancho para ropa...
Mateo.- Jaja, sería estupendo... Me caes bien, Jonás.