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Exhumacion-es.
"Exhumaciones" Es un viaje desde el centro de la Tierra hasta lo más recóndito de mi universo personal.
28 feb 2011
Mahoma.
25 feb 2011
Arriba.
22 feb 2011
Otro ensayo sobre la ceguera.
Aterricé la mirada, ella estaba recostada a mi lado hojeando una revista mensual que compraba religiosamente, las briznas se movían en slow motion a su alrededor, fantaseaba con no sé qué actor de nombre impronunciable.
¿Cómo crees que se vea cuando no puedes ver? Le pregunté.
Descanzó la revista sobre su pecho y me miró con ese aire de socióloga sabelotodo que tán bien le va. Imaginé que las fotografías de aquél actor que no era yo besaban su pecho, entonces me vino una emoción incontenible, fue inevitable que flexionara las rodillas. Me imagino que se ve como cuando cierras los ojos en los días soleados; pueden verse siluetas negras en un campo rojo brillante.
Como el infierno- pensé.
Nos miramos, se puso en marcha la increíble máquina de destrucción. Acerqué mis labios a su piel. Besé sus mejillas, me correspondió con una caricia. Abandonó la revista y yo fijé mis ojos cansados sobre los suyos, alertas, salvajes, eran los ojos de un depredador. -No cierres los ojos, cariño. Creo que podemos ver el infierno cuando lo hacemos. Me susurró.
No hicimos caso, nos besamos con los ojos cerrados.
21 feb 2011
Cambio.
18 feb 2011
El tormento.
Un rayo iluminó la habitación a través de la ventana y sobre el barandal de la cuna, las raquíticas manos de un ser minúsculo se asomaron, tan delgadas y de un color rosa muy pálido, sus movimientos eran lentos y sus ademanes expresaban ansiedad, parecía que el bebé pretendiese asirse de los cabellos de su madre, sentir la seguridad y el calor de sus brazos, pero por respuesta solo obtuvo recriminaciones y el seco golpe de un cenicero que se estrelló en el barandal de la cuna, sobrevino el rugir del trueno y nuevamente la ventisca que estampaba las gotas de lluvia en la ventana.
Sara, la madre de la criatura bajo las sábanas, pudo haber sido un ejemplo teatral, casi cómico, de uno de los más grandes temores de una sociedad conservadora; una madre que rechaza a su hijo, ha sido, es y será objeto de repudio en cualquier esfera social que se jacte de ser civilizada. Era aquel, un tema del cual poco se hablaba en la familia, se evitaba a cualquier costo ya que se consideraba de mal gusto y pésima educación, aunque a veces lo disfrazaran como respeto por la criatura. Y es que Sara no soportaba la realidad, su hijo había nacido con una compleja deformidad que le impedía ser un bebé normal, tal vez eso terminaba por destrozar los ánimos de Sara y a pesar del poco esfuerzo que empeñaba por tratar de comprender el sufrimiento de su hijo, no llegaba a percibir la magnitud de su desdicha y eso desembocaba en una actitud nada ejemplar, repleta de reprimendas y últimamente cargada de odio. Sin embargo, el que su hijo no fuera como los demás, no opacaba su integridad como ser humano. Un humano que bastante tenía con aquella condición que le aquejaría de por vida.
Los efectos de las píldoras para conciliar el sueño que Sara tomará hacía ya unas horas debido a su incipiente insomnio, se esfumaron con el último gemido que el bebé emitió en un esfuerzo desesperado por atraer la atención de su madre. Exhausta, Sara se levantó de la cama con la autoestima por los suelos y con paso vacilante se acercó a la cuna, un destello de luz iluminó el interior, en ella un revoltijo de sábanas blancas se contorsionaba con violentos movimientos, se asomaban las delgadas manos del bebé y los minúsculos pies pataleaban con agobiante esfuerzo tratando de salir de aquel embrollo de mantas. Sara tiró de un jalón las sábanas y el pequeño se desenvolvió de sus ataduras dejando ver su maltrecho cuerpecito; su abdomen que en cada respiración mostraba la curiosa forma en la que sus costillas se acomodaban, sus rodillas ligeramente ladeadas hacía la izquierda y encima del cuello, una amorfa y enorme cabeza repleta de erupciones, parecía hinchada en algunos lados y en otros la carne se pegaba a los huesos del cráneo, su roja boca salivaba incesante, su nariz y sus orejas eran demasiado pequeñas o tal vez sería una ilusión óptica debido a la enorme cabeza que poseía. Debajo de dos párpados amoratados asomaban un par de lindos ojos azules. Sara tomó sus manitas entre las suyas, lo miró con desprecio y en cambió el bebé la miró con ternura, aquellos ojos azules parpadearon como si pidiesen misericordia, Sara levantó al bebé y lo llevó a su cama.
Acostado en la enormidad del lecho de su madre, el bebé se sintió más indefenso que nunca, sus ojos desprendían lágrimas de dolor, su madre tomaba el frasco de somníferos y de el extraía algunas tabletas. Su doctor le prescribía dos antes de irse a la cama, no era recomendable más de lo preescrito por el médico, las razones resultaban obvias; posibles sobredosis, complicaciones que eventualmente podrían llevar a la muerte. Agotado y con el corazón galopando desbocadamente, el bebé se relajó y comenzó a tranquilizarse, Sara se acercó con cautela para no impacientar al pequeño e introdujo el polvo de cuatro tabletas trituradas en su roja boca.
El bebé abrió nuevamente los ojos y miró a su madre junto a él, ella lloraba, su llanto era imperceptible a causa de la tormenta, los rayos siguieron iluminando el cielo por algunos minutos, el pequeño cerró los ojos y parecía que todo estaba por terminar. Sara abrazó al bebé, a fin de cuentas era su hijo y lo correcto (si se le puede poner ese calificativo a semejante barbaridad) era ayudar a su hijo a trascender a la siguiente vida. Sintió como disminuía su ritmo cardiaco, su respiración se hacía cada vez más pausada y en un instante dejó de hacerlo.
Ahí yacía el cuerpo del bebé, contraído como si fuera un feto, agotado, rendido, acabado. Sara se sentía terriblemente confundida, ¿había hecho lo correcto? El bebé sufría demasiado por su condición, pero tenía el mismo derecho de vivir que cualquier otra persona… Con los ojos cerrados, Sara no quiso mirar más a su hijo, lo abrazaba con el cariño que le dictaba su oculto corazón de madre, sintiendo su cálido cuerpo. La escena era desgarradora, los relámpagos y los truenos ahora eran un clamor de guerra en el horizonte, se iban junto con la vida del pequeño y la lluvia era solo una brisa que empañaba la ventana, Sara sintió bajo ella un movimiento, el bebé comenzaba a convulsionar.
El espanto repentino provocó en Sara un remordimiento que le llevó a apartarse con verdadero terror del cuerpo del bebé, quizá su mente le estaba jugando una pésima broma y en su locura temporal creyó que la divina gracia de Dios le mandaba un castigo por su crueldad. Sara se acurrucó a los pies de la cuna mientras la luna asomaba envuelta en jirones de nubes desgarradas en lo alto de la bóveda celeste. El bebé parecía querer levantarse de la cama, Sara se levantó y corrió hacía la puerta de la recámara pero los nervios le traicionaron y no pudo quitar el seguro de la puerta, corrió de vuelta a la cuna, la empujó y abrió la enorme ventana, el metal del marco resbaló con suavidad, se paró en el borde y miró una vez más hacía la cama, el niño vomitaba cualquier cantidad de porquerías y de sus labios la espuma salía a borbotones. La criatura aun se retorcía con ímpetu, Sara cerró los ojos y se arrojó al vacío dejando escuchar un aterrador grito de fugaz agonía. Los vecinos del condominio despertaron extrañados.
La luz de la luna bañando la húmeda madrugada y la tranquilidad después de la tormenta se hizo presente en el mismo instante que madre e hijo dejaron de existir en este mundo.
17 feb 2011
En el punto de partida.
Observemos pues el mundo a nuestro alrededor. Esto no se trata de ser mejor o peor ser humano, se trata de entender y descifrar nuestra efímera estadía en la Tierra, porque como es de todos sabidos, habremos de volar y aquellas cosas nuestras de las que tanto nos preocupamos, se quedan. Ya no habrá quien las ambicione ni quien las proteja, ya sin sentido alguno cada objeto pasará a ser basura en exceso devaluada y se olvidará que todas juntas se daban valor y le daban un sentido a nuestra vida; las piezas de madera de un viejo juego de mesa, el frasco de las gomitas… sin gomitas, el cubo de rubik que jamás terminaré de hacer concordar, la guitarra de la sempiterna primera cuerda reventada, el amplificador que procuras se escuché con total estruendo, el lápiz y el bonito papel que te acompañaban las tardes de amargura, el cuaderno de notas que ya no conservo, la fotografía familiar de aquellos tiempos de inocencia. Todo esto se queda, uno no se despide de sus cosas y a nadie le moverá el conservarlas.
ya te veo suspirando, y diciendo: se conservan los recuerdos y te despides de quien amas. Entendamos que quizá no podamos hacerlo y la vida continua ya. Mañana podremos partir teniendo en cuenta que dijimos todo lo que sentíamos, que sentimos todo lo que dijimos... Sin embargo, a este desgano por la vida ya le suman muchos errores y el sentido de mi existir francamente se va deteriorando con los días, “mal en este mundo, mal con esta ley. No hice yo la ley ni el mundo aceptó”. Pero aun me levanto con las consabidas quejas de un chico común en la veintena, ya el sol se asoma y es tiempo de continuar lo que dejamos la noche de ayer, saboreando en mis oídos la dulce canción de la mañana; “Hey Jude!” de los Beatles se ha vuelto un bálsamo para el alma, y como leí por ahí, todos somos Jude. Dicha canción me recuerda que aun hay un poquito de esperanza cuando se pasan las horas y parece que el corazón te va a salir por la boca de tanto penar, y pensar. Entonces vuelve el ánimo por el sentido de lo que era, por el sentido de ser y estar. Quizá pueda llegar a puerto esta vez y atracar de una vez por todas este barco fantasma en el que navego a la deriva. y así volver en una fuga hasta el punto de partida.
Y entonces decirles lo que siento por cada uno de ustedes. Solo espero que para entonces, no se hayan olvidado de mí.
Final y nuevo comienzo. (J. Saramago)
No puede ser luar esta blancura,
ni aves aletean sobre el lecho,
donde caen los cuervos fatigados:
será, de mi, la sangre que murmura,
serán, de ti, las lunas de tu pecho:
donde va el cansancio, renovados.
Queda todo dicho.
8/01/2009
16 feb 2011
Nubes frías.
el anciano recuerda los días
en que saltaba sobre ellas.
15 feb 2011
Canciones para antes de morir.
14 feb 2011
Gris.
Esto llevará tiempo, pienso. El gris monocromático de mi alma se funde en colores faltos de luz. Haces que desaparezca, haces que tenga sentido, haces que me de cuenta de mi existir.
11 feb 2011
Corazón VI
10 feb 2011
Corazón V
9 feb 2011
Corazón IV
8 feb 2011
Corazón III
7 feb 2011
Corazón II
4 feb 2011
Corazón I.
3 feb 2011
Paradoja del mensaje.
Ella regresó un día a casa después de haber desaparecido por más de diez años, al abrir la puerta de su casa nadie la reconoció de primer momento. Subió como si nada las escaleras y entró en su cuarto, nada había cambiado. Su familia la miraba desde el umbral de la puerta, asombrados, e incrédulos, al borde del llanto.
-hija- dijo su madre -eres tú...
Ella volteó, su mirada insensible escaneó los rostros que ya se habían borrado de su mente. No dijo nada.
Se paró frente a un cuadro empolvado, y sacó una cajita de madera de un agujero camuflado en la pared, de ella, a su vez, extrajo una papelito doblado. Se lo entregó a su madre.
-Tu hija murió.- Le dijo al extenderle la carta póstuma. Y salió de la habitación, un auto la esperaba afuera.
La madre, con lágrimas en los ojos y presa de la emoción desdobló con torpeza el papel y leyó el más intrigante de los mensajes... "Te amo, mamá"