Las cuerdas aprisionaron su cuerpo enfermo y demacrado.
El hombre se puso de pie y al compás de una música suave se deslizó por la habitación declamando "El breve amor" de Cortázar, subiendo la entonación de las palabras para remarcar su dramatismo y esconder su profunda tristeza.
Ella luchaba inútilmente por sazarse de los nudos apretados que se le incrustaban en la piel, pero el dolor ya no existía como nosotros lo conocemos.
El hombre le miró, le sonrió y le besó la frente. Su conciencia, un cúmulo de confrontaciones éticas y morales; el dinero nunca es suficiente, se dijo. Esto tenía que suceder algún día, no ibamos a poder combatir al enemigo eternamente... Y no puedo más. Querida, déjame quererte por el resto de tu vida, déjame atarte a la silla para evitar tu sufrimiento mientras te vas. Permíteme ser tu voz, tus palabras y tu guía:
¿Por qué, después, lo que queda de mí es solo un anegarse entre las cenizas sin un adios, sin nada más que el gesto de liberar las manos?
Al final, cuando su esposa exhalo su último aliento y el cáncer le abandonó dejándola con una trémula sonrisa en el rostro, el hombre supo que ella no lo había dejado de querer.